For the Common Good / Para el Bien Comun Pt. 4
In a world that constantly whispers 'live for yourself,' we're confronted with a radically different message from Scripture. In our study of 1 Corinthians 12:1-7 pastor Javier exposed the self-obsessed culture we swim in daily—from social media's 'do you' mentality to advertising slogans that crown us as rulers of our own kingdoms.
The Corinthian church faced the same temptation we do: turning even spiritual gifts into platforms for self-promotion rather than tools for serving others. Paul's remedy is profound—before discussing any specific gifts, he grounds us in the Giver Himself. True spirituality isn't measured by how gifted we are or how impressive our spiritual experiences appear, but by one simple confession: Jesus is Lord. Not just with our lips, but through complete submission to His sovereign rule over our lives.
The Holy Spirit's primary work isn't to make us spectacular; it's to transform our worship from self-centered idolatry to Christ-centered surrender. When we grasp that every gift—whether teaching, giving, serving, or encouraging—flows from the Triune God working in perfect harmony, we stop competing and start completing one another. The phrase 'for the common good' becomes our North Star, redirecting us from building personal brands to building up the body of Christ. This isn't just ancient wisdom; it's the antidote to our modern epidemic of individualism.
En un mundo que constantemente susurra “vive para ti mismo”, nos enfrentamos a un mensaje radicalmente diferente en las Escrituras. En nuestro estudio de 1 Corintios 12:1-7, el pastor Javier expuso la cultura obsesionada con el yo en la que nadamos cada día: desde la mentalidad de “sé tú mismo” en las redes sociales hasta los eslóganes publicitarios que nos coronan como reyes de nuestros propios reinos.
La iglesia de Corinto enfrentó la misma tentación que nosotros: convertir incluso los dones espirituales en plataformas de autopromoción en lugar de herramientas para servir a los demás. El remedio de Pablo es profundo: antes de hablar de cualquier don específico, nos ancla en el Dador mismo.
La verdadera espiritualidad no se mide por cuán dotados somos ni por cuán impresionantes parecen nuestras experiencias espirituales, sino por una simple confesión: Jesús es el Señor. No solo con nuestros labios, sino mediante una rendición completa a Su gobierno soberano sobre nuestras vidas.
La obra principal del Espíritu Santo no es hacernos espectaculares, sino transformar nuestra adoración: de una idolatría centrada en nosotros mismos a una rendición centrada en Cristo. Cuando comprendemos que cada don —ya sea enseñar, dar, servir o animar— fluye del Dios Trino que obra en perfecta armonía, dejamos de competir y empezamos a complementarnos unos a otros.
La frase “para el bien común” se convierte en nuestra estrella guía, redirigiéndonos de construir marcas personales a edificar el cuerpo de Cristo. Esto no es solo sabiduría antigua; es el antídoto para nuestra epidemia moderna de individualismo.
